Amanece. Los primeros rayos de luz ya entran por las rejillas de la ventana describiendo agradables sombras en el rostro de mi acompañante. Ella sigue aquí, recostada. Semidesnuda. Envolviéndome con su brazo y su pierna izquierda.
Marta, creo que ese era su nombre. No logro recordar haberle pagado y menos para pasar toda la noche. Al parecer le agradó mi compañía y la de mi botella de ron.
Me reclino poco a poco y tratando de no despertarla de su resacoso sueño, logro alcanzar la botella que está sobre la mesa de noche. Tomo un buen trago antes que se despierte ese martilleo en mi cabeza que me tormenta todas las mañanas. Algunos de los recuerdos de la noche anterior reflotan, juegan conmigo, me sonríen y se ocultan rápidamente, me torturan de manera inconsciente...
Podría calcular que edad tenía ella. Soy bueno para ello. No me importa. Las miradas no envejecen, yo siempre me guío por ellas, y la suya se restaba años con cada una de las sonrisas que le dedicaban.
Tomo otro trago. Se despierta cuando oye resbalar la bebida por mi sedienta garganta. No habla. Me mira brindándome una leve mueca en su agradable rostro.
Sabe que debo irme. No tardaré mucho. Aquella sería su última mirada, su última sonrisa, sería su última palabra...pero no dijo nada...optó por el silencio.
Marcho a un lugar perdido. El infierno es mi destino. Podría acompañarme... Me jugaría el penúltimo trago de la botella que sostengo, que ella ya ha estado allí...
...pero no necesito una visita guiada. [...]
XiViRiFlÁuTiC!!